dimarts, 17 de març del 2020

Socialismo y mundo contemporáneo


Fa uns dies a Sin Permiso em varen publicar la traducció d'aquest article:

Socialismo y mundo contemporáneo

Antoni Soy

05/03/2020
Tal como nos explicaba Antoni Domènech de forma brillante, en su capítulo de un interesante libro (¿Tiene porvenir el socialismo?), el conocimiento del socialismo, es decir, del movimiento obrero y popular contemporáneo y de sus diferentes familias políticas históricas -en un sentido amplio, la socialdemocracia (marxista o no), el laborismo, el anarquismo, el anarcosindicalismo, los diferentes comunismos (marxistas o no) -, es imprescindible para entender la realidad (política, económica, social y cultural) del mundo contemporáneo, al menos desde principios del siglo XIX.

El movimiento socialista está en el origen de las grandes organizaciones políticas y sociales que han existido en este periodo, en particular de los grandes partidos políticos de masas del siglo XX y de las grandes organizaciones sindicales. Y el mundo contemporáneo le debe, al socialismo obrero, haber mantenido con vida, durante 150 años (desde la caída de Robespierre y la república democrática francesa -1794- hasta la declaración universal de la ONU -1948-) la llama de los derechos humanos. Y también, gracias en gran parte a la revolución soviética de 1917, la descolonización y el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de los pueblos.

Pero, además, el mundo actual, y en particular Europa, le deben la democracia política entendida como régimen genuinamente parlamentario con sufragio universal. Fue el socialismo obrero quien luchó hasta las últimas consecuencias, en el siglo XIX, a favor del sufragio universal y de la república parlamentaria democrática. Y fue ese mismo movimiento que luchó por la caída de las viejas monarquías constitucionales o autocráticas, tras la I Guerra Mundial (en Alemania, Austria, Gran Bretaña, Rusia, España), y quien llevó a Europa, por primera vez, la democracia parlamentaria republicana. Esta no fue, en ningún caso, el producto de unas supuestas "revoluciones liberales o burguesas", como la ideología dominante nos ha querido hacer creer a veces.

Y ese socialismo contemporáneo, señalaba Domènech, es el heredero del republicanismo democrático revolucionario moderno: de la "liberté, egalité, fraternité" y de los derechos humanos de la revolución francesa a finales del siglo XVIII. El republicanismo democrático revolucionario hace una afirmación radical de la libertad republicana: ser libre consiste en que no se debe pedir permiso a nadie para existir socialmente. La libertad política es inalienable.

Además, la democracia consiste en universalizar la libertad republicana a toda la población adulta. Las personas son todas civilmente iguales, en tanto que son recíprocamente libres. El republicanismo democrático implica necesariamente el imperio total de la "ley civil" (de la "civilización") sobre la vida social y sobre el estado. Implica, por tanto, por un lado, la desaparición de la "ley de familia" -el que había sido el despotismo patrimonial (de los patrones) y patriarcal (de los jefes de familia) -, lo que significaba el final de la esclavitud en todas sus formas y grados, incluyendo el clientelismo y el trabajo asalariado. Y, por otro lado, la desaparición de la "ley política", es decir, del estado monárquico burocrático que no rendía cuentas y no podía ser controlado por el pueblo. Es decir, la autoridad política ya no puede ser arbitraria sino que puede ser destituida a voluntad (es fideicomisaria) siempre que el pueblo (el fideicomitente) manifieste que ha perdido la confianza. Esta visión republicana de la relación entre el pueblo y la autoridad política (o entre las bases y los dirigentes) ha sido una parte integral de la teoría y la práctica del movimiento obrero socialista histórico.

El hecho de que la libertad republicana se convirtiera en universal implicaba necesariamente una remodelación completa de las instituciones de la propiedad. La comunidad política es la propietaria última de todo y, por tanto, la "propiedad privada" (apropiación de los recursos y medios de producción) es una concesión pública (política) condicional, en régimen de fideicomiso, y dependiendo de la voluntad del pueblo soberano (el fideicomisario). Este concepto de propiedad republicana, fiduciaria, es el que establecieron y transmitir las cuatro grandes revoluciones republicanas contemporáneas -la de EE.UU. (1776), la francesa (1789), la mexicana (1910), y la rusa (1917) -, y este es el sentido que tiene en todas las constituciones de los países mínimamente civilizados: la propiedad privada debe ser servidora de una finalidad social. Así pues, la idea liberal decimonónica de una propiedad privada "exclusiva y excluyente", asocial y apolítica, es más una fantasía ideológica y un arma de combate político a favor de intereses particulares que una realidad jurídica e histórica.

La tradición republicana democrática inventa la idea de nación y de soberanía popular fideicomitente (el pueblo soberano es el que decide en última instancia), pero esto no tiene nada que ver con el "nacionalismo", que es mucho más reciente y no tiene ninguna relación ni con el republicanismo ni con la Ilustración. Contrariamente, el republicanismo democrático quería una federación republicana fraternal de los pueblos soberanos que componen la humanidad. Y en esta concepción, no hay ninguna contradicción entre el orden justo internacional respetuoso de los derechos humanos y la afirmación de la soberanía nacional de los diferentes pueblos. Una soberanía que pasa por el cumplimiento de todas las obligaciones fideicomisarias (cualquier actuación o decisión está sujeto al rendimiento de cuentas al pueblo soberano) y, por tanto, por el respeto de la acción y la dignidad de las personas sujetas al poder estatal y su monopolio de la violencia.

De hecho, el socialismo fue la respuesta del republicanismo democrático tradicional al desarrollo de las fuerzas históricas dinámicas que dieron lugar a la economía capitalista industrial, lo que Robespierre llamaba la "economía política tiránica".

diumenge, 15 de març del 2020

Socialisme i món contemporani


Fa uns dies a La Directa em varen publicar aquest article:


Socialisme i món contemporani

Tal com ens explicava Antoni Domènech de forma brillant, en el seu capítol d’un interessant llibre (¿Tiene porvenir el socialismo?), el coneixement del socialisme, és a dir, del moviment obrer i popular contemporani i de les seves diferents famílies polítiques històriques -en un sentit ampli, la socialdemocràcia (marxista o no), el laborisme, l’anarquisme, l’anarcosindicalisme, els diferents comunismes (marxistes o no)-, és imprescindible per entendre la realitat (política, econòmica, social i cultural) del món contemporani, com a mínim des de principis del segle XIX.

El moviment socialista està en l’origen de les grans organitzacions polítiques i socials que han existit en aquest període, en particular dels grans partits polítics de masses del segle XX i de les grans organitzacions sindicals. I el món contemporani li deu, al socialisme obrer, haver mantingut amb vida, durant 150 anys (des de la caiguda de Robespierre i la república democràtica francesa -1794- fins a la declaració universal de l’ONU -1948-) la flama dels drets humans. I també, gràcies en gran part a la revolució soviètica de 1917, la descolonització i el reconeixement del dret a l’autodeterminació dels pobles.
Però, a més, el món actual, i en particular Europa, li deuen la democràcia política entesa com a règim genuïnament parlamentari amb sufragi universal. Va ser el socialisme obrer qui va lluitar fins a les últimes conseqüències, en el segle XIX, a favor del sufragi universal i de la república parlamentària democràtica. I va ser aquest mateix moviment qui va lluitar per la caiguda de les velles monarquies constitucionals o autocràtiques, després de la I Guerra Mundial (a Alemanya, Àustria, Gran Bretanya, Rússia, Espanya), i qui va portar a Europa, per primera vegada, la democràcia parlamentària republicana. Aquesta no fou, en cap cas, el producte d’unes suposades “revolucions liberals o burgeses”, com la ideologia dominant ens ha volgut fer creure a vegades.

I aquest socialisme contemporani, assenyalava Domènech, és l’hereu del republicanisme democràtic revolucionari modern: de la “liberté, egalité, fraternité” i dels drets humans de la revolució francesa a finals del segle XVIII. El republicanisme democràtic revolucionari fa una afirmació radical de la llibertat republicana: ser lliure consisteix en el fet que no s’ha de demanar permís a ningú per existir socialment. La llibertat política és inalienable.

A més, la democràcia consisteix a universalitzar la llibertat republicana a tota la població adulta. Les persones són totes civilment iguales, en tant que són recíprocament lliures. El republicanisme democràtic implica necessàriament l’imperi total de la “llei civil” (de la “civilització”) sobre la vida social i sobre l’estat. Implica, per tant, d’una banda, la desaparició de la “llei de família” -el que havia estat el despotisme patrimonial (dels patrons) i patriarcal (dels caps de família)-, el que significava el final de l’esclavitud en totes les seves formes i graus, incloent-hi el clientelisme i el treball assalariat. I, d’altra banda, la desaparició de la “llei política”, és a dir, de l’estat monàrquic burocràtic que no rendia comptes i no podia ser controlat pel poble. És a dir, l’autoritat política ja no pot ser arbitrària sinó que pot ser destituïda a voluntat (és fideïcomissària) sempre que el poble (el fideïcomitent) manifesti que hi ha perdut la confiança. Aquesta visió republicana de la relació entre el poble i l’autoritat política (o entre les bases i els dirigents) ha estat una part integral de la teoria i la pràctica del moviment obrer socialista històric.
El fet que la llibertat republicana es convertís en universal implicava necessàriament una remodelació completa de les institucions de la propietat. La comunitat política és la propietària última de tot i, per tant, la “propietat privada” (apropiació dels recursos i mitjans de producció) és una concessió pública (política) condicional, en règim de fideïcomís, i depenent de la voluntat del poble sobirà (el fideïcomissari). Aquest concepte de propietat republicana, fiduciària, és el que varen establir i transmetre les quatre grans revolucions republicanes contemporànies -la dels EUA (1776), la francesa (1789), la mexicana (1910), i la russa (1917)-, i aquest és el sentit que té a totes les constitucions dels països mínimament civilitzats: la propietat privada ha de ser servidora d’una finalitat social. Així doncs, la idea liberal decimonònica d’una propietat privada “exclusiva i excloent”, asocial i apolítica, és més una fantasia ideològica i una arma de combat polític a favor d’interessos particulars que una realitat jurídica i històrica.

La tradició republicana democràtica inventa la idea de nació i de sobirania popular fideïcomitent (el poble sobirà és el que decideix en última instància), però això no té res a veure amb el “nacionalisme”, que és molt més recent i no té cap relació ni amb el republicanisme ni amb la Il·lustració. Contràriament, el republicanisme democràtic volia una federació republicana fraternal dels pobles sobirans que componen la humanitat. I en aquesta concepció, no hi ha cap contradicció entre l’ordre just internacional respectuós dels drets humans i l’afirmació de la sobirania nacional dels diferents pobles. Una sobirania que passa pel compliment de totes les obligacions fideïcomissàries (qualsevol actuació o decisió està subjecte al rendiment de comptes al poble sobirà) i, per tant, pel respecte de l’acció i la dignitat de les persones subjectes al poder estatal i al seu monopoli de la violència.

De fet, el socialisme fou la resposta del republicanisme democràtic tradicional al desenvolupament de les forces històriques dinàmiques que varen donar lloc a l’economia capitalista industrial, el que Robespierre anomenava l'”economia política tirànica”.

 

dilluns, 9 de març del 2020

Amnistia


Ara ja fa uns dies a El Punt Avui em varen publicar aquest article:

Tribuna

Amnistia

L’amnistia és una necessitat per raons humanitàries, de justícia i per a la possible resolució del conflicte entre Catalunya i España. Per això he signat el manifest Amnistia ara! Però també crec que no serà suficient per aconseguir-ho. Bàsicament perquè si es produís l’amnistia –que no serà fàcil ni ràpida– i no es fes res més, hi hauria moltes possibilitats que, al cap de poc temps, hi tornés a haver gent perseguida, imputada, exiliada i condemnada per uns “suposats delictes” semblants als actuals. Si, al mateix temps, no hi ha els canvis legislatius necessaris, i una depuració a fons, una democratització real de les elits dels aparells de l’Estat espanyol, molt especialment els judicials, els repressius en sentit estricte, i els alts funcionaris, després de molt poc aquestes elits tornarien a actuar per acusar els mateixos independentistes o d’altres de “suposats delictes” semblants.

Estic parlant de fer la ruptura democràtica que no es va fer en el moment de la Transició, de posar fi al règim del 78, al postfranquisme. I això suposaria posar en qüestió, realment, moltes coses: des de la “sagrada” Constitució a la forma bàsica de l’Estat i, també, la manera com entenen, els que formen part del règim del 78, la relació entre les diferents nacions/països de l’Estat espanyol (dret d’autodeterminació). En definitiva, fer front a les elits (polítiques, socials, econòmiques...) que són el nucli dur d’aquest règim, i promoure els drets socials i econòmics de la majoria. Però els partits polítics que en formen part (del règim del 78) des de sempre (PP, PSOE, antiga CiU –el PNB és un cas a part en tenir el concert econòmic–), o més recentment (Cs, Vox), i fins i tot –no queda clar fins a quin punt– els que sembla que s’hi volen incorporar (UP), no tenen gens d’interès en aquesta ruptura. I tampoc els sindicats majoritaris (CCOO, UGT) o les organitzacions empresarials, tots ells directament o indirectament abundosament subvencionats per l’Estat. I de cap manera les elits dels aparells de l’Estat de què parlàvem abans. Per tant, sembla que l’Estat espanyol del règim del 78, i tots els seus aparells d’estat, pretenen mantenir l’statu quo pràcticament intocable. Tampoc pareix que hi hagi cap espai per a una verdadera reforma.

I, de moment, vist des de Catalunya, no sembla que sigui possible aconseguir la república catalana immediatament, ni de manera fàcil i ràpida. Per tant, a banda de continuar lluitant internacionalment, crec que caldria un treball braç a braç de totes les organitzacions i moviments socials rupturistes, radicalment democràtics (sindicats, moviments cooperativistes i de l’economia social i solidària, grups polítics, moviments socials amb objectius molt variats –habitatge, feminisme, ecologisme...–). Tots aquells per als quals el més important és la vida de les persones, especialment les més necessitades, i la sobirania popular. I buscant teixir aliances amb els grups i moviments que tenen els mateixos objectius a la resta dels Països Catalans. I també a la resta de països i nacions de la península Ibèrica, i de la resta d’Europa i del món. Molta feina a fer.